sábado, 4 de octubre de 2014

Tío Chinto

Jacobo Pimentel Sarmiento
(México)

--Miren; allá viene Tío Chinto. ¡Pobre viejito, como se compuso! La última vez que lo vide creí que se iba a morí. Me contó tía Victoriana que ya no se meniaba solo. Pero Dios es tan grande que se levantó.

--Tal vez no es él. Será alguno que se parece mucho.

--No. Míralo. Tiene su pañuelito colorado en la cabeza, su calzón de cuero amarío y su machetío tunco, como cuando lo encontrábamos en otros tiempos al pobre viejito. Ya vas a ver que al bajar esta bajadita y subir la subidita nos encontramos con Tío Chinto.

--¿Que tal tío Chinto? ¿Cómo le va? ¿Ya se compuso ´sté?

--Preciso, tata.

--¿Y cómo quedó la familia? Nosotros vamos a pasar a su casa, ¿no se le ofrece algo?

--No. Sólo que saluden a mi mujer. Dende hace tiempo no la miro. ¡Pobre! Y debe ´sta muy afligida.

--Pero Tío Chinto ¿Por qué no nos vamos al pueblo? ¿O es que ´sta ´sté peliando con ella?

--No. Es que tengo prohibido ir a mi casa. Tal vez no saben ustedes que yo soy encantado.

--¿Qué?...

--Lo que oíste, hijo; y no te espantés. Vieras que por más que trabajaba yo no aumentaba mi capital. Desesperado llamé al diablo, allá junto a la Sima. Al ratito vino nomás el fregado en forma de un toro prieto y relumbroso. Echaba lumbre por los ojos, por la boca y la nariz. Sin miedo le dije que quería yo ser rico y que me ayudara a cambio de mi alma.

"Hicimos un trato y por toda señal me dio sólo un manojito de pelo negro. Desconsolado vi que el buey se hizo humo. Pero no lo creerás, dende entonces mis animales aumentaron como la gusanera en la matadura de los caballos. Llegó el día que ni sabía yo cuántas cabezas de ganado tenía. Me volví rico de la nochi a la mañana, sin trabajá tanto, como sólo la ayuda del diablo.

"¡Ay, hijos! Muchas veces es mejor ser pobre que rico con el alma comprometida. El trato estaba hecho y había que cumplirlo, y no había más que esperar el  menor descuido. Ansina andaban las cosas cuando un macho me dio una patada en la espinía; caí al suelo y el maldito animal me revolcó hasta cansarse. Cuando me volvió el alma al cuerpo estaba yo acostado en mi petate sin poder meniarme. Dende entonces quedé tuído. Ansina me encontraste, aquella vez que regresabas de Tusta y que me traías un par de espuelas pá que yo montara mi retinto. ¡Qué lástima me tuvistes! Casi llorastes al entregarme el regalito.

"Dende entonces cuantos viajes hacías al pueblo ibas a mi casa y me veías sentado en mi banquito junto a la puerta de mi casa. Ni te imaginabas que Tío Chinto ´staba ansina por encantado.

"Mi mal se fue haciendo pior hasta que ya no me pude meniar solo. Ansina pasaron los días hasta que me prohibió mi amo hablar con mi familia. Me dijo que dende ese dia mi alma se la llevaría junto con todo lo que me había dado porque mi familia no tenía derecho a gozar lo mío. Por eso ves que todos mis animales se ´stán perdiendo y que la viejita muy luego va a quedar tan pobre como cualquiera de las gentes que viven en el pueblo".

--¡Pero Tata Chinto!... ¡Pero Tata Chinto!... ¿No es que se volvió ´sté loco? Deje ´sté esas cosas y vamos al pueblo a ver a la familia.

--Ya te dije que no puedo porque me lo prohibió mi amo.

"Ahora voy hacé un mandado de él. Voy a dejá una carta aquí nomas al cerro de la Avispa". Y al decir esto señaló una cumbre a donde no podía llegar él con los años que tenía encima.

El patrón y sus arrieros se miraron incrédulos, pero entonces el viejecito, para convencerlos, se levantó la falda de la camisa, diciendo: “para que no crean que los engaño miren…”

Horrorizados retrocedieron porque vieron que en lugar de cinturón tenía una inmensa víbora de cascabel que abrió desmesuradamente las mandíbulas como queriendo tragarse a los jinetes.

Llenos de miedo salieron huyendo dejando abandonado a Tío Chinto a medio llano, con su pañuelito colorado en la cabeza, flotando como una mano que se despide para no volver jamás. Cuando voltearon la cara para verlo, todavía les hacía señas con el sombrero.

Cuentan que cuando llegaron al pueblo, en la casa de Tío Chinto estaban celebrando el remato de la novena. ¡Nueve días hacia que el viejecito había muerto y en cuerpo y alma andaba flotando por el mundo, por la divina voluntad del diablo!

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